Jaime García Chávez
30/05/2022 - 12:03 am
Neoliberalismo: ¿en qué quedamos, AMLO?
Ahora, el Presidente sostiene que el neoliberalismo “no es tan malo”, y que incluso puede ser el mejor sino fuera porque va acompañado de la corrupción.
Los papas de Roma no acostumbran salir todos los días al balcón, y cuando lo hacen es porque algo importante tienen qué decir, más allá de que el contenido tenga alguna trascendencia para todos. Desde luego es parte de los usos y costumbres cargados de simbolismos que han permeado a la política. Ciertamente esta ha cobrado modalidades insospechadas en el mundo contemporáneo.
El Presidente Andrés Manuel López Obrador, a contrapelo del hábito papal, decidió hablar todas las mañanas, sean o no trascendentes sus mensajes, porque no todos los días hay algo de importancia qué comunicarle a la república. Es su estilo, y el estilo es el hombre, según afamada frase.
En una mañanera decretó la abolición del neoliberalismo, un poco a la usanza que los grandes parlamentarios de la Revolución francesa hicieron con el feudalismo. Hay coherencia en ese mensaje presidencial, en primer lugar porque López Obrador hizo del antineoliberalismo su bandera central desde hace muchos años. Pero además porque es justo ir en contra de un modelo que al implantarse en gran parte del mundo, en particular en las grandes economías capitalistas, ha representado para nuestro país una acumulación desmedida de la riqueza, que ha polarizado a gran parte de la sociedad, desheredada y vulnerada, frente a otra que vive en la opulencia de personajes tales como Carlos Slim o Roberto Hernández, entre otros.
Pero eso fue al principio de su mandato. Ahora, el Presidente sostiene que el neoliberalismo “no es tan malo”, y que incluso puede ser el mejor sino fuera porque va acompañado de la corrupción. De ninguna manera pienso que sea una ocurrencia, producto de aparecer en público todos los días; creo que la razón de fondo es la falta de consistencia en el discurso de López Obrador, en este y en muchos temas más.
Hay una confusión en ese discurso, y tiene que ver con el tema de la corrupción política. Esta no llegó al país producto del neoliberalismo que empezó a ser dominante a partir de los gobiernos británico y estadounidense de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, respectivamente. La corrupción en México tiene raíces históricas que han permeado al poder, la política, la cultura, el comercio, las relaciones institucionales, desde los tiempos de la Colonia y la dominación de los Habsburgo, que nos dejó el viejo patrimonialismo que ahora se pone disfraces para mantenerse vivo.
Los que llegan al poder consideran que este es de su propiedad, y desde luego desplazan su mirada al patrimonio y los negocios de Estado. La sola antigüedad de esto hace difícil la lucha anticorrupción, porque se filtra a todas las capas sociales. En el México independiente es lógico que Santa Ana pensara que el país era suyo; los liberales de Juárez abrieron el cauce, muy valioso, de que las instituciones se crean para traerle beneficios a la sociedad. Pero luego de Juárez, pasados unos cuantos años, llegó el Porfiriato y se regresó a esa vieja idea patrimonialista.
Los gobiernos emanados del PRI caminaron por la misma senda, y es aleccionador reconocer que durante toda la etapa del llamado “desarrollo estabilizador” y el mediano Estado benefactor que produjo, hubo una corrupción monumental. Cuando el modelo neoliberal llegó, obviamente la corrupción creció de manera exponencial. Con Carlos Salinas aparecieron nuevos multimillonarios, y la venta de las paraestatales fue una etapa negra para el país. Con los neoliberales también llegó el rescate del Fobaproa y la certidumbre, de quienes nos opusimos, de que había que cambiar la depredación del modelo y su producción de miseria. Pero obsérvese que la corrupción es una constante que llega hasta nuestros días.
Con esta historia a cuestas, pienso que podemos encontrar la falacia del discurso lopezobradorista, que un día decreta la abolición del neoliberalismo y al otro día lo elogia, objetándolo sólo por el acompañamiento que lleva de la maldita corrupción.
No ha sido fácil diseñar un programa político democrático y de izquierda contra el neoliberalismo, pero más allá de la abolición decretada retóricamente por el Presidente, no vemos en la Cuatroté una propuesta para combatirlo de fondo; y aquí viene en nuestro auxilio otra declaración simultánea a las anteriores, de que en su gobierno a los ricos no les ha ido nada mal. Y digo más: en el tema de la corrupción, tampoco, porque la sustenta en la peregrina idea de que si él es intachable, moralmente, eso va impedir hacia abajo que se hagan negocios de Estado muy propios de la corrupción de un país como México.
La historia nos dice que sólo creando instituciones fuertes, que estén en el interés público para el combate de las prácticas de la corrupción, esta puede empezar a combatirse de manera eficaz. Pero eso no está en la agenda del Presidente, como no está el que algunas economías neoliberales tengan un fenómeno de corrupción mínimo y realmente punible cuando se presenta.
Creer que al imán del líder todo se corrige, es una de las grandes mentiras de este gobierno. Digámoslo todavía más claro: Enrique Peña Nieto, con todo lo que signifique en esto, vive en la impunidad, y un Carlos Slim continúa hinchándose de dinero y creciendo como un gran capitalista. Y cuando digo Slim, estoy pensando en muchos otros.
Para salir del esquema neoliberal, hoy imperante en México, la ruta es otra, y pasa por consolidar la democracia, construir instituciones sólidas, hacer punible la corrupción con un saldo aproximado a cero impunidad, un nuevo esquema fiscal con una reforma de fondo, y una activa política internacional con sustento y sin ocurrencias.
Sí, en un gobierno que se asume de izquierda, vivimos en un país neoliberal. Y el Presidente mismo lo confirma. Por eso, no hay que salir todos los días al balcón.
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